lunes, 7 de enero de 2013

El Descansamuerto

Ya no era el Julián que todos conocían, hacia días que algo le preocupaba, sumiéndole en profundas meditaciones de las que salía siempre en un estallido de cólera atemorizando a los peones y a su familia. Las cosechas malas se habían sucedido una tras otras, “La hacienda Huayán” herencia de sus antepasados, sería rematada.
Una tarde cuando contemplaba los potreros desnudos, las espigas flácidas y los alfalfares raquíticos; sentóse en una piedra engastada en medio del potrero. Ya llevaba el cañón del revolver a la sien, cuando un ruido le hizo volver el rostro.
Era un caballo negro como la noche que envuelto en un torbellino de viento y arena, traía sobre sus lomos a un desconocido visitante que vestía un traje negro y un sombrero que le cubría parte del rostro.
-¡Caballero…! -dijo el recién llegado-. Me he perdido por estos lugares; voy a la sierra, quisiera usted Indicarme el camino.
Don Julián no sintió miedo ni sorpresa –a un paso de la muerte nada le importaba-
Sin embargo, algo no le pareció normal, era la vestimenta impecable del recién llegado que, a decir verdad, no era la más apropiada para tal viaje.
-Me parece que usted no dice la verdad, ¿si no es un viajero para la sierra, qué busca por estos lugares?
El caballero le dijo entonces sin ambages:
-“Conozco sus penas y me apresuro a poner a sus ordenes mi poder y mis condiciones”
Don Julián comprendió entonces de quien se trataba, era el demonio quien le ofrecía su ayuda.
La noche cubrió esta escena con un manto negro y cuando don Julián volvió a la Casagrande, todo había cambiado.
Desde aquel día hubo prosperidad, las cosechas fueron abundantes y el dinero que fluía en grandes cantidades le daba al hacendado una situación de completo bienestar.
Pero el tiempo trascurrió. Y como no hay plazo que no se venza ni deuda que no se pague, don Julián vio venir –con terror- la fecha de la terminación del contrato.
Una enfermedad incurable y rápida le postro en cama. El futuro que le esperaba no era muy alentador, pues tenía la certeza que sufriría eternamente en el Infierno.
Sintiendo la necesidad de romper el compromiso contraído con el diablo, pretendió burlar el pacto. Pidió que le trajeran al cura del pueblo y cuando todo estaba listo para llevarse a cabo el sacramento de la confesión, postrado frente al confesor, murió.
Era costumbre por entonces sepultar los cadáveres en el camposanto que se encontraba en los terrenos de la iglesia y se organizó una caravana para trasladarlo a la ciudad. Partieron muy temprano de la hacienda y cuando se encontraban por los linderos del cerro Quemado, los cargadores se detuvieron a descansar de los inclementes rayos del sol y dejaron el ataúd en la arena de la pampa. Fue entonces que sucedió algo terrible: un fuerte y repentino ventarrón apareció de repente, convirtiéndose en un remolino que avanzó en dirección al cadáver, envolviéndolo en un torbellino que fue a perderse a lo lejos…
Los familiares y acompañantes se refugiaron en las bocas de los cerros y cuando quisieron proseguir la marcha vieron con estupor que el cadáver se había convertido en piedra…
Desde entonces existe en aquel lugar, el cuerpo petrificado del hombre que pacto con el diablo…
Cuando llega el verano y el sol quema con más intensidad, pareciera que la piedra sudara por los pliegues de su estructura. Tal vez, lagrimas tardía de un arrepentimiento que pudo significar la salvación del alma de este pobre desdichado.

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